martes, 21 de julio de 2009

Mano a mano, 1.

Miranda Hooker, inspirada en W. Somerset Maugham.

Kitty había pensado que todas las personas, la humanidad entera, eran como gotas de agua en un río que avanzaba, tan cerca unas de otras, en una marea anónima que desembocaba en el mar. Si todo pasaba, ¿qué rastro quedaba a su paso? Kitty lo supo, sin necesidad de filosofía: quedan las cicatrices. Estrías y marcas como piedras de río que se agitan, buscando la redención.

La burguesía compra su legado, creyendo distinguirse entre las gotas de agua, idénticas unas a otras. Los ricos siempre son muy jóvenes para morir. No hay exilio, sacrificio o renuncia que les corresponda. Nadie, sin embargo, sabe si hay vida eterna. Porque entonces la igualdad, humilde y llana, sería insoportable. Pues la vida, bello caos, resulta un velo pintado a través del cual intuimos la experiencia.

Kitty pensó, Kitty supo, Kitty, con la mirada perdida, se encogió de hombros. ¿Qué importaba lo que pensaban de ella? Era una tonta burguesa. Y apretó con fuerza su bolsa repleta de billetes de alta denominación: su única certeza.

¿Estaba acaso cansada de su condición? ¿De la irremediable situación de que sus amigos y seres queridos sólo tuvieran interés en ella por ser rica? ¿O acaso, era que simplemente sabía que no valía nada como para sustentarse detrás de una imagen de más de 20,000 dolares? ¿Podía comprar su felicidad? ¿Cuanto le iba a costar? ¿Aquella bolsa que tráia y seguía apretando con tanto ahínco se lo daría?

Sin titubear, subió al puente peatonal que dividía la avenida. Ella era sin duda inmortal, porque era burguesa. Si ella se tiraba de áquel puente, sus padres invertirían una gran suma para salvarle la vida. No importaría el costo. Sería un gasto más en la inmensa fortuna de sus padres.


El aire contaminado del largo pasar de autos y camiones, empañaba la visión de Kitty, pero no sus pensamientos. No sus intenciones. Ella seguía pensando, o al menos, creía que pensaba. Porque el tener dinero no está peleado con el intelecto, pensaba en sus adentros. ¿O sí? Vivir una realidad de la cuál no somos participes no nos hace ser diferentes. Simplemente, nos excluye de una comunidad. De un grupo de gente al que creemos pertenecer, pero que se trata de una apariencia. Algo efímero que acabara en cuanto te sumes en la más profunda de las miserias. Tanto del alma como del dinero.


Pero Kitty pensó y repensó. "Pero este dinero no lo gané. Fue mi padre que a su vez lo heredó de mi abuelo. Y a su vez de su bisabuelo. Y a su vez de su tatarebuelo, quien lo había ganado en el juego y en negocios ilicitos que le costó la vida a decenas de familias". Sin duda, los ricos no tenían memoria. O simplemente, a nadie le importaba como habían ganado semejante fortuna. Lo valioso era competir. Ver quien tenía más. Eso era lo que más precio tenía.


Las gotas de agua que Kitty había imaginado ya no eran tan claras. Aquel río, formado por aquellas gotas era turbio. Y las piedras del río se consensaban para sumarse en grandes rocas que chocaban furiosas agrediendolo ferozmente. Ya no era simplemente una cuestión de cicatrices. Era una cuestión de vida o muerte.


Kitty subió al barandal del puente peatonal, junto con la bolsa. Sus manos sudaban y sintió por un momento la bolsa resbalar, misma que sujeto fuertemente. Miraba el pasar de los autos y camiones, así como los gritos de algunas personas que le imploraban que no se tirara. Kitty continuaba reflexionando, armando pequeñas ideas en su cabeza a las que le llamaba genealidades. Porque para ella, asi lo eran. Estaba descifrando el más grande misterio de la condición humana. El de la indiferencia.

Kitty ya no quiso pensar. Sus conclusiones la llevaban a la acción más clara y definitiva en su vida. Sus decisiones habían desembocado en una simple frase. Sólo faltaba ejecutarla. Sólo faltaba decirle a su cuerpo que lo hiciera. Sólo faltaban unos segundos para su acto final.


Kitty giró la bolsa, descubriendo su interior. Cientos de billetes de grandes denominaciones cayeron por el puente, creando la mayor confusión en los automovilistas que presenciaban la escena. Fue hasta que uno de ellos se percató de lo que pasaba, que decidió frenar inmediatamente para contemplar el panorama y hacerse del papel moneda. Sin precaución, el auto que venía atrás, chocó intempestivamente, tal y como lo hiceron decenas más que venían en otros carriles. Hombres y mujeres salían de sus autos, sin importarles los acontecimientos en su alrededor, para hacerse de un milagro que caía del cielo.


La escena era deplorable. la gente peleaba enardecida por hacerse del dinero. Algunos discutían, mientras que otros peleaban por el botín. Otros más lloraban por no haberse hecho de nada. Mientras que los pérdidos o los distraidos tocaban neuroticamente su claxón para hacerse paso en aquel desastre.


Kitty miraba el espectáculo. De nuevo, su línea de pensamiento se reincorporó. bajó del barandal y siguió su paso hacia el otro lado de la avenida. Mientras bajaba las escaleras, pudo concluir que la condición humana es la misma, sea o no burguesa... Kitty se sentía mejor. Una amplia sonrisa se dibujó en su rostro nuevamente y siguió su camino a casa.

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