viernes, 10 de julio de 2009

Una mala racha...

La fría habitación de la casa se mantenía en las mismas condiciones, tal y como ella lo había dejado. En el piso, el hombre se mantenía inherte y con los ojos cerrados. El silencio imperaba en ese mismo instante en el que todo debía mantenerse de forma contraria.

El timbre de la puerta hizo una breve pausa al silencio inaudito para hacerse saber que alguien estaba afuera esperando ser atendido. El hombre continuaba acostado, sin moverse. El timbre fue reemplazado por toques directos y firmes a la puerta metálica que antecedia al patio central de la casa ubicada en Reforma #345.

Fuertes golpes interrumpieron la paz morturia del lugar, ahora para cederle paso a la Polícia Judicial quien había ingresado a la casa por la fuerza. El fuerte rechinido de la segunda puerta metálica, oxidada, carcomida por el tiempo y las inclemencias del clima que no habían perdonado.
Los hombres ingresaron a la sala. Un fuetre hedor a muerto se percibia en el ambiente. Uno de ellos tuvo que salir subitamente para liberar la recién ingerida "guajolota" de Doña Choñita, y acompañada por un sabroso atole de nuez.

El hombre que permanecía en la casa, avanzó cuidadosamente por la planta baja hacia la cocina. El cochambre de los muros de azulejo contrastaba con el claro marfil de los mismos. Sin duda, se tendrían que tirar los muros si alguien tuviera intenciones de cocinar nuevamente. El sujeto paso uno de sus dedos con guantes de látex sobre la superficie de la cocina. Algo que definitivamente no era cochambre, estaba regado por el piso y el fregadero. Algo hediondo que le traía recuerdos al hombre de cuando había vivido de niño cerca del metro ferrería. El olor del matadero, la sangre y las viceras que en época de calor expedía el más desagradable olor que jamás el pudiera concebir.

Finalmente, el otro hombre ingresó a la casa con un trapo humedo en el rostro. Jadeaba y sentía un inmenso vacío en su estómago. Volvía a tener hambre.

- ¡Jímenez! exclamó el hambriento. - De aquí a las gorditas de la nueve ¿no?.

Su compañero seguía examinando el lugar. Ahora, revisaba un cuchillo de cocina con costras de sangre. O al menos eso parecía.

A pesar del escándalo, el hombre de la planta alta de la casa, seguía en la fría habitación, tal y como ella lo había dejado. Cualquiera en su sano juicio hubiera bajado para ver de que trataba todo esto. En cambio el hombre seguía en el piso, con los ojos cerrados.

Los dos hombres salieron de la cocina, siguiendo las manchas de sangre que se extendían y dejaban rastros en dirección a la planta alta.

- Jímenez. Volvió a interrumpir el compa. - Si quieres, te espero afuera güey. La neta que tengo un chingo de hambre. Chillaba el judicial.

El otro se detuvo antes de subir las escaleras. - ¡Callate cabrón! Espera nomás tantito. ¿Qué no le puedes decir a tu estúpida panza que se aguante?

- ¡Carajo! ¿Qué no viste que saqué todo el desayuno? Este lugar huele a muerto. A todo esto, ¿Cómo dimos aquí?

- Alguien hizo una llamada anónima. Dijeron que la cuadra apestaba espantoso. Como algo que se estaba pudriendo.

- ¡Chinga! Grito el hombre. - ¿Y desde cuando los vecinos saben de homicidios? ¿Qué tal si es un pinche perro muerto? ¿Por qué no llamaron a los bomberos?

- Porque lo bomberos no vienen a hacer este tipo de trabajos. Contestó el sujeto, examinando algunas manchas de sangre en el cubo de luz de las escaleras.

- Desde aquí, tomaron a la víctima. La arrastraron desde la cocina. Parece que aún estaba viva y como aún oponía resistencia, la golpearon varias veces contra los muros de la escalera. Aquí, en este descanso, fue que depositaron el cuerpo. Aquí está la mancha más grande. Se adelantó Jimenez.

El compañero parecía algo inquietito. - No manches, güey como alguien pudo levantar a un ser humano a esa altura y golpearlo. Pero si ya habían usado el cuchillo, ¿por qué no se esperaron a que se desangrara?

Jimenez estaba agachado examinando otras manchas. Estas eran blancas, tiesas y duras. Tal cual costras de gel o de pasta de dientes en el lavabo. - El cuchillo no fue usado por el victimario. Fue usado por la víctima, para defenderse. Comentó el judi.

- ¡Ah Chinga Chinga! ¡Calmate Miami Vice! ¿A poco tan chingón? gritaba el compañero de Jimenez con cierta risilla nerviosa.

Jimenez siguió subiendo las escaleras, mientras sacaba su arma. El compa comenzó a asustarse en verdad. Sentía como su vejiga le hacia malas jugadas. Ante la conmoción, optó por hacer lo mismo, sacando su calibre cuarenta y cinco.

La planta alta olía aún peor. El compa de Jimenez, babeaba el trapo que traía debido a que ya estaba totalmente seco. De una de las bolsas de la chamarra, sacó una pequeña anforita con aguardiente, con la que remojo el trapo.

- Espero hulea tan rico como sabe. Exclamaba en sus adentros.

Los dos hombres entraron a una de las habitaciones. Parecía ser la recámara principal. Las manchas de sangre terminaban en el muro de enfrente. Ahí estaba la mancha más grande.

- Mira, después de que la arrastraron, la remataron dandole un madrazo en la pared. Seguramente con esto, le rompieron las vertebras y el cuello. Parece que fueron varias veces.

El compa comenzaba a jadear todavía más, mientras se daba sus "toques" con la aguardiente. No emitió comentarios de sólo imaginarse la escena.

Jimenez se acerco a la cama. Una fotografía algo vieja de una joven pareja durante su boda. El cristal del protaretrato estaba hecho pedazos. Al lado de este, algunos papeles y un acta de divorcio. Jimenez se agachó por debajo de la cama. Varias botellas de vodka estaban regadas. Algunas parcialmente llenas, otra vacias.

Jimenez tomó los papeles con cuidado y revisó cada uno de ellos. - Marcos Sanchéz. Comentó. - La Sra. Guadalupe Narvaez.

Finalmente, el compa se atrevío a afirmar. - ¿Crimen pasional? cuestionó.

- Posiblemente. o suicidio. Exclamó Jimenez. - Ven, vamos a la otra habitación.

Estaban por salir cuando algo estremeció a Jimenez. El hombre dio vuelta y volvió al cuarto. Trozos de carne estaban acumulados en una esquina, junto al closet. El hedor era demasiado fuerte para acercarse más. El estado de putrefacción era considerable y aquel montículo de viceras se encontraba ya con larvas de moscas y otros insectos rastreros, como cucarachas.

El hombre seguía tendido en la habitación contigua. Sin moverse y con los ojos cerrados. Parecía estar esperando a ser descubierto. Ella aún no regresaba, pero no tardaría en hacerlo. Más o menos a esa hora volvía para estar con él.

Los hombres salieron verdaderamente asqueados de la habitación. Descansaron un momento en el descanso de las escaleras, mientras se reponían del olor. El compa jadeaba del espanto y se sentía apunto del desmayo. La panzota del hombre, producto de las chelas domingueras y las guajolotas semanales, no estaba contribuyendo en nada a mantenerlo en pie. El hombre se veía aún todavia más prieto de lo que era... Incluso, podía verse hasta morado.

- Jimenez. Vamos a pedir refuerzos Güey. Esto no me está gustando nada. Parece película de terror. No manches, ya me dio frío.

Jimenez también comenzaban a temblarle las piernas. Esperaba con ansia que aquello que imaginaba, fuere precisamene eso, un objeto de su imaginación.

Pasearon por los otros cuartos, sin encontrar nada irregular o extraño. Todo se encontraba polvoso, pero en total y absoluto orden. No parecía haber indicios de que alguien hubiera estado por aquellas habitaciones en varias semanas. Sólo queda una habitación por revisar.

Finalmente, entraron a la segunda y última recámara de la planta alta. El apestoso olor a carne podrida y en estado de descomposición provenía de ahí. El constante zumbido de moscas y otros insectos hacia eco en aquel lugar.

Jimenez entró apuntando el arma hacia lo que parecia ser un cadaver, seguido muy de lejos, por su compa. El homre también traía el arma desenfundada.

Aquel hombre, si se le podía llamar a lo que quedaba de él, estaba tendido en el piso, inherte y con los ojos cerrados. Tal y como ella lo había dejado. Las piernas habían desaparecido y aparentemente habían sido arrancadas del cadáver. Algunos trozos y huesos estaban desperdigados por todo el piso.

El panorama era sumamente desagradable y vomitivo. Jimenez comenzó a examinar el lugar. El compa permanecía como en estado de aletargamiento, sin poderse mover ni un ápice. En eso estaban, cuando ella estaba regresando por lo que dejó...

Entró por la puerta principal como solía hacerlo, en dirección a la planta alta. Ella se detuvo por un momento, percibiendo que había alguien más arriba. Sin perder el tiempo, buscó una ruta alterna.

Los hombres no se percataron de su presencia. Ella trepó por la pared del cuarto sin hacer más ruido, hasta llegar al techo. Ella era rápida, pero imperceptible. Por varios minutos, se mantuvo en el techo, observando a los dos hombres que trataban de entender que es lo que había pasado en aquel cuarto, y en la casa en general.

- Bueno. ¿Cuál es su teoría mi compa? Preguntó Jimenez al gordito.

- Pos... pos... Yo creo que este güey se puso hasta las chanclas por el divorcio de su esposa. Ella entró, y lo mató con el cuchillo de la cocina. El pobre hombre se arrastró por la casa, hasta llegar a este cuarto. Aquí murió. La mujer se fue de la casa, y el cuerpo se quedó aquí a merced de cuanta alimaña saliera. Hasta que se lo fueron comiendo poco a poco...

Jimenez estaba meditando lo que su obeso amigo le comentaba. De vez en cuando, hacia pasar sus dedos sobre su barbilla en señal de aprobación.

No paso mucho para que el un extraño zumbido se escuchara en la habitación. Era una especie de aleteo, pero extremadamente fuerte. Los dos hombres miraron hacia el techo, mientras que la impresionante criatura bajaba volando para posarse en el cadaver y seguir su ingesta. Una gigantesca cucaracha de color marrón y mandíbulas babeantes estaba enfrente de áquellos hombres, ingiriendo al cadáver de forma repulsiva.

Los hombre no perdieron tiempo y arremetieron a quemarropa a la criatura, quien comenzó a recibir los impactos de bala en todo el cuerpo. Las alas quedaron inmediatamente agujereadas, imposibilitandola a volar. Una de la patas se quebró en el tiroteo y salio volando por la habitación, quedando clavada en la pared por los inmensos y filosos espolones del insecto.

Aquella criatura parecía jadear de dolor a medida que iba recibiendo más y más balazos. Los hombres no mediaron en las balas. Seguían jalando del gatillo de sus cuarenta y cinco semi automáticas. Finalmente, el ser dimitió, cayendo su cuerpo sin patas, y sin signos de vida sobre el cadaver; El plato fuerte del día de hoy.

- ¡No, no frieges Jimenez! ¿Qué le dieron a esta madre para que creciera así? ¡Malditos esteroides!

- ¡Yo creo que fueron las gorditas de la nueve! Exclamó adrenalinico y sumamente exhaltado Jimenez.

- ¡Si, pero esta madre se las comió con todo y delantal. Ya ni la chifla! Resolvió el compa.

- ¿Y qué? ¿Después de esto, tienes hambre? Inquirió Jimenez.

El compa seguía viendo aquel ser inherte, de forma grotesca y asqueado.

- No pus no. Yo creo que a dieta de aquí al domingo. Replicó.

Los dos hombres regresaron a la patrulla para pedir a la SEMEFO por un carro. Sin mencionar palabra, Jimenez condució de regreso al Ministerio Público.

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