viernes, 28 de agosto de 2009

¿Lo mejor de una vida?

¿Vivir es la razon para morir? O realmente morir es la razon por la que vivimos. ¿Qué es más importante? ¿Es verdad que al morir, nos espera una mejor vida? ¿Por qué esmerarnos en esta, Si de cualquier forma la "buena" es la que sigue? Y si la vida despues de la muerte es la que liberara nuestra alma de su carcel que es nuestro cuerpo, ¿por qué no querer ambicionar ese estado? ¿Hay acaso una fuerza invisible que nos mantiene unidos a esta prision de carnes y huesos? He aqui una historia de estos cuestionamientos.



¿Lo mejor de una vida?



Por Mario Alberto Martinez Yanez.



El reloj de pared daba las diez de la noche, ante la mirada sombría y frustrada de un hombre que maldecía constantemente al tiempo. El silencio de aquel piso de oficinas ocasionalmente era acallado por un distante rugido de motores que deslizaban fantasmagóricamente en los cubículos, devorando las partículas de polvo que se habían quedado en la alfombra. Mientras las aspiradoras hacían su labor, el hombre revisaba apresuradamente estados de resultados y cuentas de balance general que, aunque correctos desde hacia varias horas, el hombre no claudicaba en seguir validando hasta encontrarles algún tipo de error. Su escritorio era un campo de batalla. Cadáveres de papel por doquier, seguido de marchas fúnebres de clips, lápices sin punta e infinidad de gomas a medio término que habían cedido ante la neurótica fricción de desaparecer cualquier signo de error o manchón en sus entregables. Infinidad de cajas de cartón se encontraban apiladas en su lugar. También sus pertenencias, axial como algunas fotografías, estaban guardadas en una caja de color rojo, con su direccion. Se llevo por vigésima vez las manos al rostro.

- Con una fregada. ¡Esto no está bien! Exclamaba en tono eufórico y aspecto psicótico. - No me importa si debo estar toda la noche. Debo entregar esto mañana temprano.

Cinco horas más pasaron. El hombre decidió levantarse para despabilarse. El reloj anunciaba ahora las tres de la mañana. El individuo en cuestión decidió caminar por el pasillo principal de la oficina hacia una pequeña cocineta que se ubicaba en el ala este del complejo. Solo algunas luces permanecían encendidas. El ambiente a media luz parecía tranquilizar la compulsión de aquel pobre. Seguramente también el cansancio había tomado parte en elucubrar un plan para llevar a la conciencia a la cama. El hombre salio de la cocineta con una taza de café frío, misma que deposito en escritorio. Volteo hacia ambos lados del piso, sin haber indicios de vida o actividad. El personal de intendencia había dejado el lugar hacia ya varias horas. El hombre bebió su café mientras contemplaba el horrendo plafón del techo. Un sinnúmero de cifras comenzaron a mancharse en el plafón atemorizando al hombre. Una tenia cuatro cifras, y era la colegiatura vencida de la escuela de su único hijo. Otra mancha mas se asomaba para mostrar sus grotescos cinco ceros que representaban la deuda del automovil. Pero lo que mas le infarto, fue sin duda la bestia de seis seis seis cifras que era la hipoteca de su casa. No había escapatoria, aquellas monstruosidades se abalanzarían sobre su chequera para beber hasta la última gota de liquidez que el pobre hombre pudiera tener. Cerró los ojos, y apretando fuertemente los dientes, enderezo bruscamente el respaldo de su silla para volver al trabajo. Ya había pasado una hora mas y el tiempo, implacable, se negaba a detenerse para, burlonamente, acabar lentamente con las posibles horas de descanso que tenia aun. Finalmente, decidió retirarse. Tomo su saco del perchero para ponérselo. De ahí, se dirigió al lobby de la oficina en dirección a los elevadores. En la recepción, un curioso espécimen en uniforme veía ávidamente la television. El hombre lo miro con despecho. Sin descuidar su educación, el hombre se adelanto a decir.

- Buenas noches. El guardia de seguridad ni se inmuto. No hubo respuesta de su lado. En su lugar, un fuerte eructo fue exhalado, proveniente de una generosa cena provista por la dona del susodicho.- ¡Pero recursos humanos me va a oír! Exclamo. - ¡¿Como pueden contratar gente así?!

Las puertas del elevador se abrieron. El hombre ingreso, mientras veía que el policía finalmente se había levantado de su asiento, mirándolo.

- ¡Estúpido gordo! Pero me van a oír mañana. Rezongaba mientras el elevador descendía.

El hombre salio del edificio y caminó hasta su casa. De sus pocas fortunas, era la de vivir cerca del trabajo. Habian transcurrido cerca de cinco minutos, desde que el hombre había salido de su oficina. Esta cansado, y se sentía sumamente pesado. Tal y como si le hubieran puesto inmensas cadenas en su cuerpo. Lo que realmente lo motivaba era llegar a su casa con su esposa y su hijo. Finalmente se detuvo frente al portón de una linda casa clásica de tres pisos. Esquinada entre una calle de poco transito y un parque, la casa era el refugio perfecto para alejarse del ruido de la gran ciudad. El hombre inserto la llave en la cerradura, pero estaba se negaba a ceder.

- ¡Maldita sea! ¡No otra vez! Apenas ayer, el hombre había tenido el mismo problema con la chapa. - Pensé que Brenda lo había arreglado.

Sin decir mas, se dirigió a la puerta trasera, que siempre dejaban abierta, e ingreso a su casa. La puerta trasera daba a la cocina. Lindos azulejos de color café claro amenizaban y entonaban con unos muy finos muebles de madera de pino y con cubierta de mármol blanco. Al centro, una pequeña mesa que fungía como ante comedor en la que cabían cuatro personas. El hombre se quito los zapatos a la entrada para no hacer más ruido. Sigilosamente, camino hacia la planta alta por las escaleras de madera que unían a la sala de estar con el comedor. Subio para dirigirse a su recamara. Pero algo lo detuvo. Una sensación extraña. Decidió ir al cuarto de su hijo para ver como se encontraba. La habitación del niño esta a unos cuantos metros en dirección opuesta hacia donde se encontraba su recamara. Entró con mucho cuidado para no despertar a su hijo. Tan solo quería verlo. Tenía tantas ganas de hacerlo. Cual fue su sorpresa que al entrar, su hijo se encontraba despierto. Estaba algo asustado y nervioso.

- ¿Todo bien? Pregunto en tono afable el papa.

- si, todo bien papa. Comentó el niño, pasando saliva.

- ¿Qué haces despierto? Pregunto dubitativamente el hombre.

- Esperándote. Contesto. - Ayer viniste también más o menos como a esta hora para verme.
- Si, me acuerdo. Pero ayer si estabas dormido y te desperté. Me acuerdo que te asustaste mucho.

- Si. Pero hoy estoy mejor. Me gusta platicar contigo. Comento el chico. El hombre se alegro por el comentario.

- Hijo. ¿Te gusta tu escuela?

- Si, claro Papá, ¿por qué?

- mira, lo he estado pensando. Y con el gasto de la casa más el del coche, no estoy seguro de que pueda seguir pagando tu escuela.

El niño miraba atento a su Papá.- Pa, pero por eso no te preocupes. Mama dice que eso ya no es un problema.

El hombre se sobresalto de repente. ¿Como podía estar segura su esposa de que ya no era un problema? Desde luego, su esposa trabajaba, pero eso no era suficiente.

- Mira hijo, si mama te lo dijo, imagino que fue para tranquilizarte. Pero se que ya eres grande y tienes la suficiente madurez para entenderlo.

- Si Papá. Ya tengo seis.

El hombre se volvió a contrariar. - Dirás cinco. Corrigió.

- No Papa, tengo seis.

El hombre comenzó a preocuparse severamente. Acaso el estrés lo estaba haciendo olvidar cosas. En eso se encontraba cuando fue abruptamente interrumpido por el chico.

- ¿Vendrás mañana a verme?

- Pues claro soy tu Padre. ¿Por qué no habría de hacerlo?

- Pues, imagino que por tu situación debe ser difícil.

El hombre se alarmo.- ¿Cuál situación?

- Papá... Se adelantó el niño. - Nos dejaste hace un año.

El hombre trataba de entender.

- Mama dijo que te habías ido al cielo, pero estaba seguro de que volverías algún día. Yo le dije que te había visto ayer y que habíamos platicado, pero no me creyo. Un aire frío fue resentido por el hombre. Le temblaba todo el cuerpo. Estaba muerto, pero no lo sabia, hasta ahora. Su espíritu había vagado todo este tiempo.

Su cuerpo le había dictado que hacer todo este tiempo. Trabajar y trabajar. ¿Había sido capaz su espíritu de sucumbir ante los deseos mortales de sus hábitos? Todo tenia sentido finalmente. Las cajas de cartón en su lugar, el policía que no le había contestado cuando se despedía. La sensación de cadenas. La cerradura de la puerta, su hijo atemorizado. Pero sin duda, el terror se había convertido en una profunda tristeza de no saber como seria ahora que no podría estar con su esposa e hijo. ¿Que iba a ser de ellos?

- Papá. Interrumpió su pequeño. Mama dice que no te preocupes. Vamos a estar bien. De verdad. Ve a descansar.
- El hombre comprendió finalmente. No importaba si realmente estuviera vivo o muerto. Si cuando estuvo vivo, vivió muerto. ¿Cómo podría esperar estar muerto, y ahora vivo? Aquel hombre había fallecido hacía muchos años y ni siquera se había dado cuenta. Justo ahora, que ya no respiraba más, entendendía que la vida nunca había sido eso.
Espero, muchos otros no crean que vivan, cuando en realidad, están muertos desde hace mucho tiempo.

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